SIN PORQUÉ

“No deseamos lo que es bueno sino que es bueno porque lo deseamos”, dice, sabiamente, Spinoza.

Es, en efecto, así: quien alguna vez se haya enamorado, lo comprobó. Esa persona objeto de mi preferencia puede ser desagradable o indiferente para otro, pero a mí me parece una maravilla (hasta que me desenamoro y salen a la luz los defectos que el amor ocultaba. El triste descubrimiento de que el príncipe azul destiñe…) Es el amor lo que inviste al objeto y lo hace “bueno a mis ojos”.

La genialidad del filósofo es haber captado el verdadero mecanismo de los afectos: invertir la causa y el efecto que creíamos lógico: primero elegimos algo o alguien que nos parece lleno de virtudes y luego le dispensamos nuestro cariño o nuestro deseo. Pues no. La realidad es que nuestras elecciones no son explicables por la razón o por datos objetivos, sino que están motivadas por factores que se nos escapan. Recién después de que nuestra inclinación señala hacia allí, encontraremos mil argumentos para justificar tal preferencia.

Del mismo modo, en el sentido inverso. Parafraseando al holandés, podríamos decir: “No odiamos lo que es malo, sino que es malo porque lo odiamos”.

Tal idea es la más ajustada definición del antisemitismo: a lo largo de siglos y milenios el judío ha sido, y sigue siendo, objeto del más encarnizado odio. En cada época las explicaciones fueron variando: porque es de izquierda o de derecha, conservador o revolucionario, apegado a su tierra o desarraigado, avaro o dispendioso, amante de su tradición o asimilado… Amén de, claro, las viejas y míticas acusaciones de asesino de Dios, de niños cristianos (ahora de palestinos), de raza inferior y toda la sarta de barbaridades que se puedan pergeñar.

Otro gran pensador agrega: “Cuando se invocan muchas razones es que no hay una razón” (Nietzsche).

El odio, como el amor, precede a la consideración de su objeto. La racionalización verá de encontrar argumentos para justificar y sostener esa tendencia. Levinas, en 1933, ya advierte: “el hitlerismo es la manifestación de pasiones primitivas”. La frase es extensible a todas las formas de antijudaísmo. Revestir esas pasiones con retórica científica, política, religiosa o de cualquier otro orden solo confirma la verdad del aserto spinoziano y lo perverso del antisemitismo. Para colmo, cuanto más culta e inteligente es una persona, más recursos discursivos podrá articular para confirmar su odio y sentirse tranquila y satisfecha con él. Cree que la razón lo asiste; su conciencia está en paz y no tiene nada que cuestionarse. Está convencido de su buena fe. Nuevamente Spinoza: “Frecuentemente, sabiendo lo que es bueno el hombre elige sin embargo lo malo”. Triste pero real: toda forma de discriminación tiene la misma estructura. La historia es pródiga en ejemplos.


Diana Sperling

julio 2025.

Siguiente
Siguiente

DE PADRES, HIJOS Y HERMANOS