CORONA 2020.

MAL

En su conmovedor artículo "El sufrimiento inútil", Emmanuel Levinas sostiene que el mal no puede justificarse ni integrarse en cálculo alguno. Ideas tales como "no hay mal que por bien no venga" podrían conducir al peligroso razonamiento de que el mal tiene sentido, y que tarde o temprano nuestros padeceres serán recompensados con un bien mayor ya que solo luego de atravesar el infierno nos será concedido el acceso al cielo. Una perversa "economía del mal". Esa vía es la del terror: sufran ahora, aguanten la explotación, el hambre, la enfermedad y el espanto que luego vendrá lo bueno. Discurso propio de los fundamentalismos y totalitarismos de toda época, signo, color y lugar. Herramienta de los poderes más siniestros y opresivos, tanto como de los pensamientos destinales, mágicos o que profesan una mística banalizada. Modos de desarticular la responsabilidad subjetiva y de encontrar excusas pueriles para aliviar el (ineludible) enigma de la existencia.

"Lo que el hombre no tolera -dice Nietzsche- no es el sufrimiento, sino la falta de explicación para el sufrimiento". O sea, prefiero mentirme, hallar argumentos falaces y engañosos que me tranquilicen (yo no tengo nada que ver con lo que me pasa,  todo tiene un porqué y yo nada tengo que ver) antes que aceptar esa "inocencia del devenir" o la cuota de azar que el mundo y sus avatares inevitablemente implican. No siempre hay, detrás de lo que sucede, una voluntad omnímoda. Como diría Spinoza, no todo se comprende, no todas las causas se conocen, no todos los motivos son transparentes. De ahí su célebre frase: "La voluntad de Dios es el asilo de la ignorancia". Freud y sus sucesores estarían de acuerdo: el humano está habitado por un no saber de sí mismo imposible de eliminar.

Frente a ese pensamiento mágico -un reduccionismo de la tragedia-, que "cierra" y tranquiliza, hay otra posición que resulta, en apariencia, su exacta contracara: todo lo que me ocurre se debe exclusivamente a mí, a mis actos y decisiones. Nada escapa a mi voluntad, ningún acontecimiento es producto del azar. Fuera de esas posiciones especulares y mágicas por igual -la impotencia del primer caso y la omnipotencia del segundo- es posible situarse en otro punto: el de la potencia. Existe el mal? Sí, claro. Tenemos algo que ver con eso? Por supuesto, pero no necesariamente como causa directa ni como meras víctimas de algún poder ominoso. Más bien, volviendo a Spinoza: somos afectados y afectamos. Sufrimos efectos de múltiples causas que no podemos conocer en su totalidad y, a la vez, producimos efectos en los otros. Que no haya una economía del mal y que las desgracias no puedan ni deban justificarse no significa que no podamos tomar creativamente lo que se presenta para hallar formas fructíferas de tramitarlo e, incluso, volcar la balanza hacia una consecuencia positiva.

Una pandemia -o cualquier otra calamidad- no es un castigo divino por nuestros pecados ni se debe directa y exclusivamente a nuestras faltas y decisiones. Cuál es entonces el margen de acción que nos compete? En qué medida intervenir, influir, modificar los acontecimientos? He ahí el campo propio de la libertad, de esa responsabilidad que nos incumbe como sujetos. Los pequeños actos cotidianos, los gestos mínimos (tan poco espectaculares y heroicos), la consideración cuidadosa de los riesgos y los beneficios, en eso radica nuestra más propia humanidad.

No somos dioses ni títeres de los dioses. Somos humanos, con capacidades limitadas pero a la vez incalculables. Con potencialidades que desconocemos y recursos que se descubren frente a las circunstancias. A todos nosotros nos cabe la frase del sabio talmúdico: "No te toca hacer toda la tarea, pero eso no te libra de hacer tu parte de la tarea".

Diana Sperling

Bs As, marzo 2020

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