CORONA 2020

CUERPO

"Nadie sabe lo que puede un cuerpo", dijo Spinoza en su Ética. Tras su aparente simplicidad, la frase aloja un enigma que no busca ser resuelto sino reconocido como tal. Dos siglos más tarde, en una suerte de diálogo con el holandés, Nietzsche afirma que "el cuerpo es una multiplicidad dotada de un único sentido". 

Ambos pensadores refutan el dualismo dominante en el pensamiento occidental para el cual, desde Platón a Descartes, cuerpo y alma son entidades separadas (sustancias, diría el francés), distintas y autoconsistentes. Descartes queda entrampado en su propia teoría: debe hacer malabarismos conceptuales para tender un puente entre ambas "sustancias" y encontrar alguna forma de conexión que permita comprender qué cosa sea el hombre. Termina "descubriendo" la célebre glándula pineal, algo así como el piloto -el alma- que maneja los movimientos del cuerpo desde la parte posterior del cráneo. Spinoza desmantela ese forzado artilugio: cuerpo/mente (ya no alma) son una sola y misma cosa, considerada desde dos ángulos diferentes. 

Es esa unidad compleja la que conlleva una inabarcable y dinámica multiplicidad, tal como Nietzsche sostiene. Pensamientos, acciones, potencia, afectos, movimiento y reposo, capacidad de afectar y ser afectado, encuentros y desencuentros con otros cuerpos… Aspectos y vectores organizados por un motor de intensidades variables llamado deseo (eso que Nietzsche llama único sentido). Nada que pueda ubicarse en un lugar físico ni observarse bajo el microscopio al modo de una célula o un virus. Luego Freud conceptualizará el inconsciente en esa huella spinoziano-nietzscheana. 

"Un cuerpo limita con otros cuerpos", dice Spinoza. Es decir, un cuerpo es entre-cuerpos, una pluralidad de singulares afectándose mutuamente, componiéndose, en un conjunto inestable, caleidoscópico y heterogéneo. El humano nace en estado de prematuración: son las caricias, los brazos que sostienen, el pecho, el abrigo, el cuerpo del otro lo que va definiendo los bordes y dando consistencia a esa criatura inerme. Pero no es solo el contacto físico, el abrigo y el alimento, sino fundamentalmente el lenguaje lo que permite que el animalito desvalido se humanice. "No es suficiente con producir carne humana; es necesario instituirla", afirma el jurista Pierre Legendre. Instituir es nombrar, incluir en un relato, una genealogía; en fin, en la cultura.

Los autistas no tienen cuerpo. Les ha faltado esa instancia instituyente, la palabra de un otro que los identifique y les hable. Esa escena fundante llamada estadio del espejo, en la que el niño ve su imagen en el vidrio y se reconoce en ella porque un tercero lo sostiene, lo señala y le dice su nombre. Esa triangulación le permite al pequeño saber de sí y del otro, diferenciar un yo de un tú, un adentro de un afuera, apropiarse de su cuerpo, unificarlo, bordearlo y nombrarse. De manera que cuerpo implica necesariamente la palabra. De lo contrario, lo que hay es organismo. Objeto biológico-fisiológico.

"Los trabajadores -de la salud, la seguridad, etc- ponen el cuerpo", leemos a diario. Y nosotros? Los que no estamos incluidos en esos grupos, lo quitamos? O nos lo sustraen? Estamos despojados de nuestros cuerpos, reducidos a organismos considerados solo desde el parámetro salud/enfermedad? Aplanados en dos dimensiones, las de la pantalla? Desasidos de manos, brazos, besos, alientos, caricias, contactos? Qué de esa multidimensionalidad subjetivante que constituye al cuerpo como tal? Nos hemos convertido en meros habitáculos de posibles virus, en suma de células, vectores de contagio, bombas potenciales?

En la serie Altered carbon (Netflix, 2018) se imagina un futuro en que los humanos pueden preservar su identidad en un chip -memoria, conciencia, mente…- cuando su cuerpo muere. Así, en algún momento por venir podrán comprar otro cuerpo, más joven y saludable, e insertar allí ese elemento para resetear su existencia. El cuerpo como envase descartable, como mera carcasa desechable de nuestra verdadera "esencia" imperecedera: en la línea platónico-cartesiana, la fantasía distópica crea un futuro que no tiene nada de nuevo y vuelve a reducir el cuerpo a mera materialidad orgánica, observable y medible por la ciencia y la técnica.

Pero el cuerpo -siguiendo a Spinoza, Nietzsche, el psicoanálisis y tantos otros- no es solo una instancia espacial sino también temporal. Y cuando su tiempo se calcula solo por curvas y porcentajes, esa temporalidad deshistoriza y deshumaniza. No hay allí metáfora, lo fisiológico se achata y se reduce a pura literalidad. De esa consideración se ha erradicado toda dimensión simbólica. 

Sin duda, todos los esfuerzos para cuidarnos y evitar enfermarnos son necesarios y loables. Habrá que ver, cuando el famoso pico haya pasado, los efectos desubjetivantes de tal modo de entender el cuerpo. Porque la frase de Spinoza sobre lo que puede un cuerpo no es cuestión de avances científicos que podrían resolver esa falla en el saber, sino de nuestra condición de sujetos divididos, hablantes y mortales. Es decir, afectados de una opacidad inherente a nuestra estofa humana.

En todo caso, deberemos trabajar arduamente y en múltiples terrenos para recuperar de algún modo esa multidimensionalidad que la pandemia arrasa y los discursos oficiales ignoran.

Bs. As, abril 2020

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