PESAJ Y LOS ELEFANTES
El cuento se repite una y otra vez a lo largo del tiempo. Pero en cada reiteración, algo cambia. Sutiles diferencias van impregnando de matices lo que ya se sabía y agregando motivos, colores, nombres…
“Cuando yo era joven -dice el abuelo- trabajaba de intérprete de animales. Una vez me contrataron unos científicos para ir a África y ayudarlos a descifrar el idioma de los elefantes. Viajamos muchas horas por la selva hasta que llegamos al lugar indicado. Me acerqué un poco, no quería asustar a los animales, y saqué de mi mochila el grabador. Lo enchufé en un árbol y empecé a grabar. Pasamos una semana ahí, ya tenía como veinte cintas con los sonidos de los elefantes! En ese tiempo nos hicimos amigos de los grandes paquidermos (sí, así se llaman): les llevamos mil kilos de manzanas, papas y maníes… Y empecé a distinguir cómo decían hola, qué sonido usaban para llamarse entre ellos, para avisar a los otros de algún peligro…¿Sabés cómo se llama ese sonido? Barrito!!”
La historia viene rodando desde hace décadas: contada primero a los hijos -ahora ya adultos crecidos, padres todos ellos y algunos, en edad de ser abuelos su vez-, luego a los nietos también ya grandes y ahora a los más chicos. Claro que el grabador fue cambiando de cinta a casete, de enchufe a pilas, y finalmente devino un simple celular…
La nieta de cinco años escucha fascinada: ya conoce el relato, pero lo pide nuevamente. Hace preguntas que el abuelo contesta con gracia y paciencia, y en esa escena se afirma, una vez más, el lazo entre generaciones.
La Hagadá de Pesaj es el cuento de la infancia del judaísmo.
Necesitamos escucharlo en “mil y una noches” para recordarnos quiénes somos, o mejor dicho, quiénes llegamos a ser, cómo fue el proceso, de dónde venimos… Un “de dónde” que no alude solo a un lugar físico sino a una situación, a un estado de cosas. Fuimos esclavos, es decir, dependientes de otros (como los niños). Fuimos débiles, estuvimos sometidos, pero tras un larguísimo recorrido y arduos trabajos logramos ponernos de pie y convertirnos en un pueblo. En adultos responsables.
El libro de Génesis termina con Vayejí (“Y vivió”), donde se relata la vida y muerte de Iacob, el último patriarca, y luego la muerte de José, reconciliado con sus hermanos y bendecido con hijos y nietos a los que logra ver “hasta la tercera generación”. Éxodo finaliza con la lectura de Pekudé, (“recuentos”), donde se resume toda la obra de construcción del Tabernáculo. Levítico termina con una recopilación de los decretos (Bejukotai, “En mis leyes”) que regirán al pueblo y las consecuencias que se seguirán de su observancia o su desprecio cuando entren a la tierra. Números se cierra con Masei (“viajes, etapas, escalas”), la bitácora resumida de todos los trayectos realizados desde la salida de Egipto. Finalmente, Deuteronomio termina con Vezot habrajá (“esta es la bendición”) que Moisés imparte a los israelitas antes de morir, donde les recuerda que la tierra a la que están por entrar es la que allá lejos y hace tiempo, Dios prometió a su ancestro Abraham.
Cada libro de la Torá tiene un cierre que, curiosamente, no cierra: un apretado recordatorio de complejos y extensos avatares que funciona de pasaje. Un final que anuncia y prepara un comienzo. Otra etapa habrá de venir: continuidad y discontinuidad, clausura y apertura a lo nuevo. Pero para que la historia continúe es preciso saber de lo anterior.
Apenas unos días antes de Pesaj, mi familia ha sido bendecida con la llegada de una nueva vida. Mi marido y yo, ya bien mayores, reinauguramos el “recuento” de nietos con esta hermosa beba que se suma a todos los anteriores. La mesa se agranda, hay que agregar un regalo para el afikomán, vuelven a sonar canciones de cuna y llantos de bebé en el seder, y el talit con que mi esposo cubre a todos los hijos y nietos para impartirles la bendición de la fiesta ya queda chico…
Como el pueblo judío, nuestra familia ha atravesado desiertos áridos y ha padecido durísimas jornadas, pero también ha hallado manantiales y reparo. Hubo lágrimas y pérdidas, mas no faltaron -no faltan- dichas y celebraciones. Cada año nos reunimos para recordar lo acontecido sin quedar apresados en el pretérito. Cada seder es ocasión de asumir esa libertad, siempre nueva, siempre frágil, como una brisa fresca y perfumada.
Cada vez tenemos la oportunidad de cantar “Dayenu”, esos versos que hablan de lo que falta y, sin embargo, nos alientan a agradecer lo que sí hay. Porque nunca estaremos completos, nunca tendremos todo, nunca se llenará nuestro deseo… pero cada vez es posible sumar y atesorar, abrazar y disfrutar los dones recibidos.
Los ecos del 7/10 no se han apagado, y tal vez no se apaguen nunca. El dolor y la angustia siguen vivos en todos y cada uno de nosotros. Pero Israel vuelve a bailar y a cantar, a crear y a descubrir, a inventar y a curar. Y los abuelos vuelven a contar los cuentos de siempre a los nuevos nietos, para que la palabra y el amor y la fe en la vida se renueven y nos sigan enlazando en una cadena interminable de generaciones. No es un destino: es una elección. Y solo los seres libres pueden elegir.
Pesaj casher vesameaj! Pesaj alegre a pesar de las tristezas!!
Diana Sperling
Bs. As, abril 2025. Nisan 5785