Indiferencia y Complicidad

“La filosofía de Hitler es primaria. (En ella se manifiesta) una fuerza elemental. (Esas potencias primitivas) despiertan la nostalgia secreta del alma alemana. …El hitlerismo es un despertar de sentimientos elementales. (Pero) los sentimientos elementales entrañan una filosofía. (Esa filosofía) pone en cuestión los principios mismos de toda una civilización”. E. Levinas, “Algunas reflexiones sobre la filosofía del hitlerismo”, 1934. Publicado en la revista L ́Esprit.

¿Cómo fue posible? ¿Cómo, en el seno de la cultura más sofisticada de Europa, surgió lo más monstruoso y maligno? Ese interrogante contiene una pregunta aun más simple y directa: ¿es posible? ¿Es posible que una madre torture a su pequeño hijo hasta matarlo? ¿Es posible que un padre aniquile a tiros a sus hijos para vengarse de la mujer que lo dejó? ¿Es posible que un energúmeno ambicioso construya una red de distribución de drogas para pudrir la vida de miles de chicos? ¿Es posible que un dictador contemporáneo invada un pequeño y pacífico país y arrase con escuelas, hospitales, casas y refugios?

 La pésima noticia es que la respuesta es: SÍ. Fue posible, es posible, será posible una y mil veces más.

Dice Spinoza en su Tratado Político que el error de muchos pensadores es tratar de armar una sociedad en base, no a lo que el hombre es, sino a lo que les gustaría que fuera. Pero la realidad los -y nos- sopapea una y otra vez. Ni ángel ni demonio, el hombre es una criatura habitada por esos sentimientos elementales (pasiones, las llamaba Spinoza), y raramente guiada por la razón. O, peor aun: pulsiones asesinas que encuentran la manera de poner a la razón de rodillas y a su servicio. Tendencias e ideologías que se racionalizan, justifican y fundamentan -mediante lógicas perversas pseudo-científicas, religiosas o sociológicas- esa pulsión elemental. Una razón burocratizada.


Se impone entonces volver a la noción arendtiana de la banalidad del mal. La idea de que una persona gris y corriente es capaz de llevar a cabo las acciones más aberrantes sacude nuestro sentido común, nuestra necesidad de orden y separación, nuestra buena conciencia… Nuestro deseo de construir un “ellos” totalmente separado y antagónico con este “nosotros” de buena gente en el que nos incluimos. Porque si quienes perpetraron el horror no eran monstruos de diez cabezas y cola de serpiente, seres de aspecto mitológico ni individuos salidos de remotas cuevas, sino ciudadanos “normales”, entonces quiere decir que también nosotros, cualquiera de nosotros, es un asesino en potencia. El descubrimiento impacta. De la misma manera, cuando Freud advierte que la mayoría de los abusos infantiles han sido perpetrados por familiares cercanos… Entonces lo cotidiano, lo que tenemos frente a nosotros todos los días, lo “normal”, lo irrelevante e intrascendente puede ser, a la vez, lo más espantoso. Esa es la idea freudiana de lo siniestro: el horror que anida en lo familiar. La banalidad del mal es lo siniestro. Hannah Arendt gestó esa noción a partir de presenciar el juicio a Eichmann. Ahí entendió que el concepto kantiano de Mal absoluto o mal radical era  inadecuado, porque le otorgaba al mal un estatuto de grandiosidad, una trascendencia y una sustancialidad que no se condecían con esos personajes tan insignificantes. La de Arendt fue una revelación antropológica, equivalente a la de Freud. Somos, también, eso. El buenismo de las almas bellas no resiste semejante revelación. 


Este Cuaderno nos enfrenta descarnadamente con una realidad que muchas veces no quisimos, no queremos ver. Las maravillosas, impactantes imágenes de Mirta Kupferminc denuncian, creo -o es lo que yo alcanzo a percibir-, la complejidad de la condición humana. Un carozo de oscuridad en el seno mismo de la luz, pero también una chispa luminosa alojada, secretamente, en “el corazón de las tinieblas”. Como esas “astillas del tiempo mesiánico” de que hablaba Walter Benjamin…


En la pág. 84 del Cuaderno se describe la estructura del genocidio: 

“Un genocidio es un proceso complejo que requiere, igual que cualquier otra empresa, un objetivo claro, una ideología, un líder, un contexto posible y los medios para solventarlo”.

 Sí, pero tal vez… Si hablamos de indiferencia, podríamos pensar que ni siquiera es imprescindible la ideología. Se trata de dinero, que, como dice el texto, “ha sido un tema obviado, oscurecido y silenciado, tal vez por no parecer suficientemente importante comparado con el horror desplegado por la industria de la muerte”. 

He ahí la banalidad, hermana gemela de la indiferencia. No siempre hace falta odiar a las víctimas, sostener una ideología articulada y fundamentada, contar con argumentos filosóficos o políticos para llevar a cabo la masacre. Es suficiente con que no nos importe. Con hacer la vista gorda y decir, como al pasar, “por algo será” o frases similares. No ahondar, no indagar, no cuestionarse. Hacerse los distraídos. El dinero es absolutamente banal y corre al margen de toda consideración ética. Su palpable materialidad lo exime de esos terrenos pantanosos, “espirituales”, intelectuales…

El dinero es medio y fin en sí mismo, nada hay por encima de él. 


De modo que se puede ser cómplice, sí, por compartir una ideología asesina y creer fervientemente que eliminar a un grupo humano será mejorar el mundo, o se puede ser cómplice porque nada de eso importa. En ese caso, la ideología y los valores morales son, más bien, obstáculos a remover. Se trata de beneficios contantes y sonantes.


Distinto es el caso de los intelectuales que apoyaron decididamente al régimen nazi. Heidegger a la cabeza, por ser el más destacado y genial de todos. Un hombre de una brillantez pasmosa en muchísimos aspectos, con páginas de altísimo vuelo filosófico, junto a lo que Jean-Luc Nancy muy bien detecta, y con lo que -siguiendo a Arendt- titula un libro: la banalidad de Heidegger. ¿Cómo una mente tan dotada fue capaz de repetir slogans vacíos, frases acuñadas por el antijudaísmo más cerril, viejas consignas primitivas? ¿Cómo fue, cómo es posible que el brillo excepcional de un pensamiento se opaque por completo ante lo judío?

De nuevo: lo pequeño e intrascendente, lo que pasa casi inadvertido es, puede ser, lo más terrible y mortífero.


Ietzer lev adam ra mi neurav, reza un célebre versículo de la Torá (Gen. VIII: 21). “La tendencia del corazón humano es mala desde la cuna”. Pero lo curioso es que esa frase la pronuncia D´os después del diluvio, cuando se restablece la vida en la tierra. El Eterno promete: “no volveré a destruir la tierra a causa del hombre…” y, renglón seguido, la expresión que citamos. Es la comprobación de la cruda realidad lo que le inspira esa decisión benévola. “Mientras perdure la tierra, no cesarán el tiempo de la cosecha y de la siembra, el frío y el calor, el verano y el invierno y el día y la noche”. El Todopoderoso podría haber dicho, desencantado: ya que la criatura que forjé es tan fallida, destruyo todo y vuelvo a cero. Pero la conclusión sorprende. Preservar la vida tiene pues, como condición, aceptar que la maldad es parte inextirpable de lo humano. Aceptar y asumir ese rasgo es la base ineludible para crear cultura.


Paradójicamente, en el mismo orden -pero en sentido inverso- podríamos hablar de la banalidad del bien. Los cientos o miles de individuos que sacrificaron su último pedazo de pan para alimentar a un chico al borde de la muerte, las redes de solidaridad dentro de los campos, las pequeñas ceremonias y los rezos y las canciones a escondidas en las fiestas judías, los que escondieron al enfermo o calentaron al moribundo… Como para el mal, también en relación al bien surgen, aquí y allá, personas ordinarias capaces de gestos extraordinarios. Somos Jekyll y Hyde.


No se van a terminar los crímenes. Los tiranos cuentan con instrumentos cada vez más poderosos para llevar adelante sus matanzas. En lo social y colectivo, en lo individual o familiar, el horror seguirá habitando nuestras vidas y acechando en los rincones. 

¿Cómo es posible la guerra, el daño, el crimen? es una pregunta que atraviesa los tiempos. ¿Por qué fracasan todos los esfuerzos de detener el mal? Habría que pensar que “hay en juego fuertes factores psicológicos que paralizan los esfuerzos (...). (Hay que considerar) …el afán de poder de pequeños grupos dominantes que someten al servicio de sus ambiciones la voluntad de la mayoría… (Porque) esa minoría dominante tiene bajo su influencia a las escuelas y la prensa, y por lo general también a la Iglesia. Esto le permite organizar, dirigir, gobernar los sentimientos y emociones de las masas… inconscientes de los verdaderos motivos de su acción”. Así escribe Einstein en carta a Freud, desde Potsdam, en julio de 1932. 

Y agrega: “¿Cómo es que esos procedimientos logran despertar en los hombres tan salvaje entusiasmo, hasta llevarlos a sacrificar su vida? Sólo hay una respuesta posible: porque el hombre tiene dentro de sí un apetito de odio y destrucción, canalizado de esta manera a través de racionalizaciones ideológicas e idealistas”. !!!!!!

Y agrega: “En modo alguno pienso aquí solamente en las llamadas ´masas analfabetas o iletradas´. La experiencia prueba que es más bien la llamada ´intelectualidad´ la más proclive a esas desastrosas sugestiones colectivas”. Lo cual da por tierra con nuestras ilusiones bienpensantes de que la educación y la información serían antídotos contra el espanto…


En efecto, las más de las veces los intentos de detener la destrucción fracasan. Sin embargo, no podemos dejar de insistir. Sin garantías, sin plazos, sin utopías.

Tal vez solo podamos incrementar la conciencia de que esos sentimientos primitivos anidan en el fondo oscuro de la cultura, y que nos compete la misión de aumentar la vigilancia ante gestos de apariencia banal pero consecuencias catastróficas.


Indiferencia y complicidad, dos aspectos de la vida humana, tanto como atención, solidaridad y amor al prójimo. Porque a veces, pequeños actos cotidianos salvan una vida, ponen al mundo nuevamente sobre su eje, restituyen el sentido de la existencia y rescatan la esperanza.

Walter Benjamin decía que en cada generación late una “débil fuerza mesiánica”. Débil fuerza. A veces anémica, apenas perceptible. Pero extraordinariamente poderosa cuando se une a otros y teje una trama de abrigo, sostén, justicia y amor.


Diana Sperling

Bs As, abril 2023

Presentación Cuaderno Shoá 9. Bs. As, Museo del Holocausto, abril 2023

Anterior
Anterior

La Isla Milei

Siguiente
Siguiente

¿NECESITAMOS HÉROES?