HERMANO


Hoy a la madrugada murió mi hermano Tito, "el del medio" (Cacho es el mayor y yo, "la nena", la menor).

Nos veíamos poco: primero porque vivía lejos, y luego por la pandemia, nuestros encuentros eran más esporádicos de lo que nos hubiera gustado. No obstante, hablábamos seguido. Cada una o dos semanas nos comunicábamos para ponernos al día con las noticias de nuestras vidas, familias, salud, trabajo… Y conversar sobre la actualidad, lo que estábamos leyendo, la última peli que cada uno había visto…

De chica, Cacho (pintón, canchero, exitoso) era mi ídolo. Inalcanzable, claro: en esa época la diferencia de edad era sideral. Tito (reservado, intelectual, tímido) era mi compinche. 

En las noches de verano, cuando el intenso calor no nos dejaba dormir, nos encontrábamos en la cocina de nuestra casa de Caballito -una casa vieja pero espaciosa-, como acatando una cita pactada tácitamente. En esas horas de silencio y quietud Tito y yo nos sentábamos en el piso de baldosa, apoyábamos la espalda en los frescos azulejos de la pared, y charlábamos. Él me contaba cuentos que yo escuchaba fascinada: sus relatos eran una mezcla de terror, absurdo y fantasía que me hacía olvidar el calor y me transportaba a mundos maravillosos. Me llevaba solo tres años, pero me parecía un gigante.

Tiempo después, entrando en mi adolescencia, esas narraciones viraron hacia temas más adultos y realistas. Con sus primeros sueldos (mis hermanos empezaron a trabajar muy jóvenes) me regalaba libros y me explicaba nociones básicas de política, historia, literatura… Tito empezó la facultad: simultáneamente, Derecho y Filosofía. Alumno brillante, lector voraz, seguía transmitiéndome sus ideas y su amor al estudio. Aunque no se graduó, nunca abandonó esa pasión; a lo largo de los años, continuamos compartiendo intereses y lecturas.

Quiso la casualidad -o el destino o no sé qué- que justo hoy saliera publicado en Clarín un artículo que escribí hace varios días. Recién al releerla advertí cuánto le debe ese texto a mi hermano, cuánta influencia tuvo él en mi formación intelectual. Como si, de alguna forma, yo hubiera tomado la posta de su vocación. Ciertamente, el asunto de la nota -ética y ley- es, ahora lo veo, herencia directa de sus temas.

No puedo dejar de pensar en Antígona, la mujer a la que se le prohíbe velar y enterrar a su hermano. En la tragedia de Sófocles, las razones son políticas. Ahora, el motivo es la pandemia. En cualquier caso, dos cosas me angustian. El horror de perder a un hermano - un dolor, dice el personaje trágico, irreparable, porque ese ser es insustituible- y la imposibilidad del ritual. Cómo hacer un duelo sin esas palabras, esos cantos, esa puesta en escena que permiten darle espesor simbólico a la pérdida? 

No pude rezar frente a su tumba. Vaya este escrito -que comparto acá abajo- como humilde homenaje, plegaria y agradecimiento a mi querido hermano Tito. Que su memoria sea bendita.


Diana Sperling

Bs As, febrero 28, 2021


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